El camino de Fe de María, Cristina Kaufmann

EL CAMINO DE LA FE DE MARIA

CRISTINA KAUFMANN
Carmelita Descalza.

Siempre que me pongo a escribir algo, no puedo menos de confesar mi absoluta indigencia; no es retórica, no es una fórmula: es una necesidad de mi conciencia decir que no me siento preparada para decir nada, a la vez que me invade también un extraño gozo al escribir. Creo que se parece al balbuceo del niño que se siente feliz al pronunciar sus primeras palabras, inteligibles sólo para quien está en estrecha unión de amor con él. Así me siento en unión de amor con los que van a leer esto, y este amor, que no es otro que el de Dios mismo, hará que se entienda algo de la Palabra, presente aquí y única que da elocuencia a toda palabra humana.

Introducción

El camino de la fe de María es el prototipo del camino de todo creyente. Es el itinerario que dibuja una circunferencia: tiene su punto de partida en la luz misma de Dios, anunciada de parte de El, y vuelve, después de su trayecto a través de la noche de la vida, a la felicidad de la plenitud de gloria divina. El camino de la fe es el camino de la felicidad, «aunque de noche»; es la expresión de la paradoja de la vida humana, llamada por Dios a la existencia feliz en comunión con El y conducida por El a través de la historia oscura. ALEGRIA/FE: Este itinerario no es otro que Cristo Jesús, que se autodefine como «el Camino» (cfr. Jn 14,6). Por eso, si pensamos sobre el camino de la fe de María, nos encontramos inmediatamente con el misterio de Cristo, que para Ella también es «el Camino». Ella nos acerca a la persona de Cristo, y en El a la plenitud de felicidad y luz que toda vida humana anhela en lo más profundo de su ser. Sólo una gran alegría, sólo el anuncio de un gozo, de una felicidad, es capaz de suscitar fe. Una buena nueva, la que nos toca en lo más íntimo de nuestro anhelo vital, la que pronuncia lo que duerme como destino definitivo en nuestra existencia, lo que llamamos «felicidad», es capaz de suscitar adhesión, entrega, respuesta, confianza, amor. Es capaz de ponernos en camino, de llenarnos de energía y entusiasmo y también de fortaleza ante las adversidades del camino; sólo un anuncio de alegría es capaz de invitarnos a vivir la existencia como itinerantes, sin desesperar y sin sucumbir a la tentación de lo absurdo.

Necesitamos saber que algo, alguien, nos ha dicho una palabra feliz para caminar hacia la felicidad que ya está presente en nuestro profundo ser y se manifiesta en plenitud al final del viaje. María nos enseñará en su peregrinación de la fe quién le ha dicho la Palabra de felicidad y de alegría y qué palabra es la que se le ha «dicho», para poder caminar desde ella hacia la plenitud de la felicidad. La alegría es revelación de Dios; la felicidad sentida, vivida, es la iniciativa de Dios en el diálogo con el hombre. La alegría, tal vez, es el lugar privilegiado donde se puede «aprender» y descubrir y avivar la fe, el «temor de Dios». María es para nosotros ejemplo perfecto de la persona humana que acoge la iniciativa del diálogo con Dios. Es heredera de la fe de su pueblo y condensa en sí todo el peso de fe de sus antepasados. En el inicio del camino de fe de Abraham está el anuncio de una alianza eterna, de una felicidad perpetua, expresada en la posesión del país y en una descendencia innumerable. En el fundamento de la fe de Isaac, de Jacob, en la fe de los profetas, ¿no encontramos siempre el don de un gozo, la revelación del amor de Dios, sentido como alegría, que prefigura el último destino -y la meta de los más secretos anhelos de la persona a la que Dios dirige su palabra?

Toda fe tiene su origen en la Santísima Trinidad, que es el anuncio inefable de una «buena nueva» entre las tres personas. Cristo, como Jesús Hombre, no puede tener fe en el Padre, dada su conciencia de la filiación divina, pero sí confianza, sí entrega, apertura total, todo el intercambio de amor que supone una buena noticia intratrinitaria. Cristo, en su preexistencia en la Trinidad, tiene una experiencia de alegría inefable que le acompañará en su preexistencia y que se manifiesta en El en la absoluta confianza y entrega al Padre, desde la encarnación hasta la muerte y resurrección.

El camino de la fe de María está comprendido, pues, dentro de este movimiento circular que dibuja su itinerario: desde la Trinidad a través de la preexistencia, a semejanza de su Hijo, para volver a la vida trinitaria en plenitud, en su gloriosa asunción. La peregrinación de María es como un sacramento del camino o movimiento en la Trinidad; su identificación absoluta y exenta de pecado con su Hijo hace de Ella la criatura perfecta que realiza en la creación, y como prototipo de la creación redimida, la danza del amor, el movimiento de entrega recíproca, participando de la realización divina de todo esto en Cristo. Y su peregrinación nos conduce a nosotros, en último término, al interior de la peregrinación eterna de amor de las tres personas, en camino de amor la una hacia la otra en el misterio.

La inmaculada concepción de María, la anunciación, la vida oculta y pública, la pasión, muerte y resurrección de su Hijo, el nacimiento de la Iglesia y la maternidad espiritual en ella, su presencia en ella a la espera del Espíritu Santo, son la peregrinación de la criatura perfecta que sale de la Trinidad y vuelve a la Trinidad. En Ella podemos, debemos, leer nuestro propio itinerario, que no es diferente, que participa de todas las vicisitudes del suyo, en el que encuentra su comienzo nuestra fe. Somos llevados por la mano de María en nuestro camino; ella precede el gran éxodo de todos los creyentes, condensa en sí toda la fe de su pueblo y prefigura y encierra toda la fe del nuevo pueblo de Israel. La experiencia de María de la peregrinación en la fe es fundamento para toda experiencia de fe en la Iglesia, para todo creyente, solidaridad que radica en la unión única y total de María con Jesús, en su maternidad física, abierta a la maternidad universal por su total entrega en fe a la persona de su Hijo y, en El, a todos los hermanos.

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Una respuesta

  1. Ella nos acerca a la persona de Cristo, y en El a la plenitud de felicidad y luz que toda vida humana anhela en lo más profundo de su ser. Sólo una gran alegría, sólo el anuncio de un gozo, de una felicidad, es capaz de suscitar fe.

    Gracias creo que María es el gran modelo de intimidad con Dios fue el sagririo vivó que acogio la palabra y la hizo vida que el Señor nos conceda la gracias de ser como María y vivir en comunión intima con ÉL unidos en oración y gracias

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