Deja que Dios entre en tu soledad

 
 

Deja que Dios entre en tu soledad

Carta del Arzobispo de Valencia D. Carlos Osoro
 
En una sociedad donde los medios de comunicación abundan y tienen una influencia grande en la vida, en un mundo donde oficialmente se establecen muchos diálogos oficiales, en una cultura donde la palabra “compartir” se utiliza con mucha frecuencia, donde los términos “reuniones”, “clubs”, “comidas”, “reuniones de trabajo”, pareciera que hablar de soledad, de interioridad, de encuentro con uno mismo, resultase anacrónico. Pero vemos cómo en esta sociedad el ser humano busca por muchos medios la tranquilidad, la paz, el sosiego, la soledad, busca los fines de semana, el aislamiento de la multitud, pone el teléfono reducido al silencio, se evade de la ciudad y busca oasis de tranquilidad. Junto a esta doble realidad que se da tan a menudo en la vida del ser humano, aparece una paradoja: apenas se detiene en el camino de su vida, se aburre, se pregunta qué tiene que hacer, a dónde podrá ir, a quién podrá invitar, pone la radio, enchufa el televisor…
 
En definitiva, el ser humano sufre por estar solo, pero tiene tremendos vacíos en su existencia. ¡Qué situación más ambigua vive! Vive en grupo, habla de comunicación, pero todo le lleva al aislamiento; aspira a la tranquilidad y a la paz y no se siente capaz de entrar dentro de sí. ¡Qué curiosa situación, incapaz de vivir con los demás e incapaz de vivir solo! Es cierto: no soporta a los demás y no se soporta a sí mismo.

Y es que el éxito o el fracaso de nuestra vida está dependiendo del equilibrio más o menos logrado entre estos dos polos: soledad y alteridad. Nuestra existencia se va tejiendo a través de una alternancia de soledad y de comunión que nos purifica y nos hace profundizar. ¡Qué necesario es llegar en la vida a vivir esta alternancia! Las expresiones que más veces oímos son de este tipo: ¡ojalá pudiera encontrar unos minutos de soledad! O ¡qué sólo me encuentro! Y es que hay muchas clases de soledad: la soportada y dolorosa, que viene impuesta por los acontecimientos; la que es maliciosa y agresiva, como el aislamiento; la fecunda, que es aceptada, abierta y acogedora, como es la de Cristo, que es asumida como un privilegio para vivir la oración o como una prueba para vivir la purificación; y que es sublimada por la comunión con Jesucristo abandonado pero unido al Padre. Hoy se da ampliamente la soledad soportada y dolorosa, y la maliciosa y agresiva, debido al estilo de vida impuesto por nuestra cultura, que crea hombres y mujeres en una actitud de indiferencia y de vivir en un estado de abandono.

Hay dos salidas para la soledad: la diversión o la superación. La primera manera de escaparse de la soledad es la que se da con mucha frecuencia en nuestra sociedad: distraerse, aturdirse, divertirse, en el sentido que esta palabra tiene en Pascal, como es alejarse de sí y de su condición miserable para no pensar en ella. Se trata de olvidar, de tal manera que uno acaba olvidándose de sí mismo. Y es que uno se agita, se mueve, hace viajes, va de acá para allá, hasta llegar al aturdimiento y a la embriaguez moral o física.

Por ello, la única salida posible es la soledad verdadera, fecunda, que es una conquista y que es fruto de un aprendizaje. Me gustaría invitarte a vivir esta soledad fecunda. Me agradaría decirte cómo alcanzarla y que pruebes a entrar en ella. No importa la edad, seas joven o mayor. Te aseguro que entrar en la soledad es algo maravilloso para rehacer la vida. Ello implica que te alejes en determinados momentos del tumulto, del ruido, de los altavoces que irritan. Ten el atrevimiento de retirarte en algún momento de la vida. Busca un monasterio, una casa de retiro. Busca encontrarte contigo mismo a través de una experiencia profunda de retiro, de recogimiento, de encuentro con los demás, que pasa, necesariamente, por encontrarte con Dios.

¿Qué elementos te propondría para que entrases en esta soledad fecunda? Te los acabo de indicar, pero son fundamentalmente tres los que a mi modo de ver son necesarios:

1) Es el más evidente: el retiro, el desprendimiento. Sal fuera del ruido. Pruébalo un día. Y es que mientras uno mismo esté aturdido, vive fuera de sí mismo y es necesario para “ser” entrar dentro de uno mismo. Mientras estamos agitados el yo profundo no consigue hacerse oír. ¿Por qué hay tantas personas infelices? ¿Por qué hay tantos jóvenes que no saben lo que quieren? Hay que encontrarse con uno mismo y esto exige despego, acceso a la verdadera soledad, donde uno se encuentra con el gran tesoro que es descubrirse a sí mismo y poder remitirse a quien nos da respuesta a las grandes preguntas que existen en lo más profundo del corazón humano.

2) El segundo elemento es el recogimiento. Recuerda esto: Cristo se retira de los demás pero para orar, para encontrase a sí mismo como Hijo en la intimidad del Padre. Y es que, sin recogimiento, el retiro se convierte en sequedad, en desierto intolerable y no en una entrega entrañable a los demás. Esto es normal, dejamos el torbellino para buscar agua tranquila. Nos centramos y concentramos para llenar vacíos que tenemos en nuestra vida. Y, ciertamente, el gran vacío de la existencia humana es la falta de experiencia viva de Dios. Y mientras esto no lo encuentre el ser humano no será feliz.

3) Un tercer elemento es la apertura a los demás que necesariamente pasa por la apertura a Dios. Sin la apertura, el recogimiento se convierte en repliegue sobre sí, en narcisismo. De tal manera que el recogimiento y la apertura son una misma operación. Pero esa apertura a los demás, a todos los demás, pasa por la apertura a Dios.

Nuestra soledad radical obedece a dos causas: el misterio de nuestra vida, que solamente puede ser vivido desde, en y con Dios, y el misterio de nuestra finitud que solamente alcanza explicación en comunión con quien es infinito, Dios. Pero aquí está nuestra grandeza, que solamente envueltos en el amor de Dios podemos descubrir lo grande que hizo Dios al ser humano. Estamos llamados a la comunión con Dios, que es donde la soledad alcanza su máxima fecundidad. Hechos a imagen de Dios, para Dios, sólo podemos ser colmados por Dios. “Nuestro corazón anda inquieto hasta que descansa en ti” nos dijo san Agustín desde su propia experiencia personal. El ser humano, tanto si lo sabe como si lo ignora, lleva dentro de sí una nostalgia invencible de Dios, una sed de infinito que no podrá apaciguarse más que en Él: “Yo soy la vida, la fuente de agua viva”. Abre tu vida a Jesucristo. Deja que entre Él en tu soledad. Atrévete a dejar que recorra tu casa que es tu vida.

Con gran afecto, te bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

Una respuesta

  1. MIl gracias por este detalle en verdad ayuda gracias

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