Lo hermoso que es que te ame Dios

 Chiara Corbella, una chica romana de 28 años, murió el pasado 13 de junio. Murió después de haberse negado a seguir los tratamientos contra un tumor que le descubrieron durante el quinto mes de embarazo. Con su decisión logró que su hijo Francesco naciera sano. Sin embargo, no se trataba de su primer embarazo: María y Davide murieron después del parto porque nacieron con graves malformaciones.

Antes de morir, Chiara escribió una carta para su hijo Francesco: «Voy al cielo a cuidar a María y a Davide; tú, quédate con papá. Yo rezaré por vosotros desde allá».

Enrico Petrillo, el marido de Chiara, leyó esa carta durante el funeral de la chica. Una ceremonia en la que participaron miles de personas. Pocos días después, Enrico ofreció una entrevista a la Radio Vaticana.

En un vídeo publicado en YouTube, Chiara pronunció la siguiente frase: «El Señor pone la verdad dentro de cada uno de nosotros; no hay posibilidad de malinterpretarla». Durante la entrevista con Enrico, le preguntaron que cuál era la verdad que había descubierto.

Decisiones erróneas sobre el aborto
«Esa frase –respondió el joven– se refiere al hecho de que el mundo de hoy, en nuestra opinión, te propone decisiones erróneas frente al aborto, frente a un niño enfermo, frente a un anciano terminal, tal vez con la eutanasia… El Señor responde con nuestra historia, que se fue escribiendo sola: fuimos un poco espectadores de nosotros mismos durante estos años. ¡Responde tantas preguntas que son de una profundidad increíble! Sin embargo, el Señor responde siempre de forma muy clara: somos nosotros los que filosofamos sobre la vida, sobre quién la creó y, al final, nos confundimos solos queriendo convertirnos un poco en dueños de la vida y tratando de huir de la Cruz que el Señor nos dona. En realidad, esta Cruz (si la vives con Cristo) no es fea como parece. Si confías en Él, descubres que en este fuego, en esta Cruz no te quemas, y que en el dolor existe la paz y que en la muerte existe la alegría. Cuando veía a Chiara que estaba a punto de morir, estaba, obviamente, muy afectado. Después pude cobrar un poco de valor, y pocas horas antes (eran como las ocho de la mañana, y Chiara murió a mediodía) se lo pregunté. Le dije: “Chiara, mi vida, ¿de verdad es dulce esta Cruz, como dice el Señor?”. Ella me miró, me sonrió y, con un hilo de voz, me dijo: “Sí, Enrico, es muy dulce”. Por eso, toda la familia, todos nosotros no vimos morir a Chiara serena: la vimos morir feliz, que es muy diferente».

Lo hermoso que es que te ame Dios
Pero, ¿qué le dirás a tu hijo Francesco cuando te pregunte por su mamá? «Seguramente le contaré lo hermoso que es dejar que te ame Dios, porque si te sientes amado, puedes hacer todo. Esta, en mi opinión, es la esencia, la cosa más importante de la vida: dejarse amar para después amar y morir felices. Esto es lo que le contará. Y le contaré que su mamá Chiara hizo lo mismo. Ella se dejó amar y, en sierto sentido, me parece que está amando un poco a todo el mundo. La siento más viva que antes. Y luego, el hecho de haberla visto morir feliz para mí fue como una derrota de la muerte. Ahora sé que hay algo hermoso que nos espera allá».

¿Una santa como mujer?
¿Te da fastidio el “perfume de santidad” que se está creando alrededor de Chiara? «Sinceramente me tiene sin cuidado. En el sentido de que Chiara y yo habíamos tomado otras decisiones para la vida: nos hubiera gustado envejecer juntos […] Yo sabía que mi esposa era especial: creo en la santidad, que una persona sea proclamada santa porque “santo” significa ser felices. Chiara, y en parte yo mismo, vivimos toda esta historia con una gran alegría en el corazón, y esto me dejaba intuir cosas más grandes. Sin embargo, ahora estoy más maravillado, porque me parecen mucho más grandes de lo que yo hubiera podido imaginar». Una maravilla que está viajando por todo el mundo.

50º Congreso Eucarístico Internacional, Dublín 2012


Información general del 50º Congreso Eucarístico Internacional

Autor: Varios | Fuente: Catholic.net

La Eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo en la cruz; su cuerpo y su sangre instauran la nueva y eterna Alianza para el perdón de los pecados y la transformación del mundo. Durante siglos, Irlanda ha sido forjada en lo más hondo por la santa Misa y por la fuerza de su gracia, así como por las generaciones de monjes, mártires y misioneros que han vivido heroicamente la fe en el país y difundido la Buena Nueva del amor de Dios y el perdón más allá de sus costas. Sois los herederos de una Iglesia que ha sido una fuerza poderosa para el bien del mundo, y que ha llevado un amor profundo y duradero a Cristo y a su bienaventurada Madre a muchos, a muchos otros. Vuestros antepasados en la Iglesia en Irlanda supieron cómo esforzarse por la santidad y la constancia en su vida personal, cómo proclamar el gozo que proviene del Evangelio, cómo inculcar la importancia de pertenecer a la Iglesia universal, en comunión con la Sede de Pedro, y la forma de transmitir el amor a la fe y la virtud cristiana a otras generaciones. (S.S. Benedicto XVI. Clausura del 50 Congreso Eucarístico Internacional)

Para profundizar te invito a leer los diversos artículos pinchando en los enlaces más abajo:

Clausura del 50º Congreso Eucarístico Internacional

La Eucaristía

Noticias del Congreso

EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

EL CULTO AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

CARTA DEL PAPA BENEDICTO XVI

En el 50 Aniversario de la Encíclica «Haurietis aquas»

Introducción

Las palabras del profeta Isaías, «sacaréis agua con gozo de los hontanares de salvación» (Isaías 12, 3), que dan inicio a la encíclica con la que Pío XII recordaba el primer centenario de la extensión a toda la Iglesia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, no han perdido nada de su significado hoy, cincuenta años después. Al promover el culto al Corazón de Jesús, la encíclica «Haurietis aquas» exhortaba a los creyentes a abrirse al misterio de Dios y de Su Amor, dejándose transformar por Él. Cincuenta años después, sigue en pie la tarea siempre actual de los cristianos de continuar profundizando en su relación con elCorazón de Jesús para reavivar en sí mismos la fe en el Amor salvífico de Dios, acogiéndolo cada vez mejor en su propia vida.

El Costado traspasado del Redentor es el Manantial al que nos invita a acudir la encíclica «Haurietis aquas»: debemos recurrir a este Manantial para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo Su Amor. De este modo, podremos comprender mejor qué significa conocer en Jesucristo el Amor de Dios, experimentarlo, manteniendo la mirada en Él, hasta vivir completamente de la experiencia de Su Amor, para poderlo testimoniar después a los demás. De hecho, retomando una expresión de mi venerado predecesor, Juan Pablo II, «junto al Corazón de Cristo, el corazón humano aprende a conocer el auténtico y único sentido de la vida y de su propio destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a permanecer alejado de ciertas perversiones del corazón, a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo. De este modo -y ésta es la verdadera reparación exigida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá edificarse la civilización del Corazón de Cristo»(«Insegnamenti», vol. IX/2, 1986, p. 843).

Ir al texto de la Encíclica Encíclica «Haurietis aquas»

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Más sobre el

Sagrado Corazón de Jesús

Publicado por –www.tengoseddeti.org

Sagrado Corazón de Jesús

La devoción al Corazón de Jesús ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia cuando se meditaba en el costado abierto de Jesús y en Su Corazón traspasado, de donde salió Sangre y agua. De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo para todos los hombres.

El 16 de junio de 1675, Jesús se le apareció a Santa Margarita María de Alacoque. Su Corazón estaba rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta de la cual brotaba sangre, y del interior de su corazón salía una cruz. Santa Margarita escuchó a Nuestro Señor decir: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor”. [sigue leyendo ]

Recibirse y entregarse: Confianza y Amor

X Dgo del T.O. (Mc 14, 12-16.22-26) Corpus Christi- Ciclo B

 

«En una ocasión, un pequeño comerciante soñó que al cabo de pocos días llegaría a la aldea un peregrino que le daría un diamante que le haría rico para siempre.En efecto, al cabo de poco tiempo se oyó hablar en el pueblo de la llegada de un peregrino, que se había instalado en una cueva a las afueras.

El comerciante corrió a buscarlo y, sólo con verlo, le comenzó a gritar que le diera la piedra que tenía. El peregrino rebuscó entre su bolsa y extrajo una piedra. «Probablemente te refieras a esta», dijo, mientras se la entregaba al aldeano. «La encontré en el sendero del bosque hace unos días. Por supuesto que puedes quedarte con ella».

El hombre se quedó mirando la piedra con asombro. ¡Era un diamante, el diamante más grande que jamás había visto, casi tan grande como la mano de un hombre! Lo agarró ávidamente entre sus manos y se marchó corriendo, pero aquella noche fue incapaz de dormir, dando tumbos en la cama hasta la madrugada.

Fue a despertar, por fin, al peregrino y le dijo: «Dame la riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de este diamante»»

(A. DE MELLO, El canto del pájaro, Sal Terrae, Santander, pp. 182-183)

He querido comenzar el comentario al relato del evangelio con este cuento de Tony de Mello, porque me parece que expresa bien la actitud de Jesús: no solo entrega el «diamante» de su vida, sino que lo hace desde la más lúcida libertad y el más gratuito amor.

La llamada «última cena» –el cuarto evangelio lo explicitará todavía mucho más a lo largo de 5 capítulos (del 13 al 17), en lo que se conoce como el «testamento espiritual de Jesús»- nos regala la lectura que el propio Jesús hace de su vida y el sentido que da a su muerte.

Lectura y sentido que pueden resumirse en una sola palabra. En los evangelios sinópticos, esa palabra es «tomad»; en Juan, «entrega». Pero se trata de la misma actitud.

Inmediatamente vienen a la memoria aquellas otras palabras de Jesús, con las que, frente a la búsqueda de poder o de imagen por parte de sus discípulos, define su misión: «Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos» (Marcos 10,42-45). O aquellas otras que recoge el Libro de los Hechos: «Jesús pasó por la vida haciendo el bien» (Hechos 10,38).

Todos los testimonios convergen: la vivencia de la fraternidad, sentida como compasión y vivida como servicio, fue el rasgo característico del comportamiento de Jesús.

Puede decirse con razón que Jesús supo vivir el gran «movimiento trinitario», al que me refería la semana anterior: recibirse y entregarse. Es el movimiento sabio, que nace de la comprensión profunda de quienes somos; más aún, únicamente es posible vivirlo cuando –tematizándolo o no- estamos conectados de un modo consciente a nuestra identidad más profunda. Porque eso es justamente lo que somos: Espaciosidad que se recibe y se entrega.

En contacto consciente, íntimo y permanente con la Fuente donde todo se origina («el Padre y yo somos uno»), Jesús no hacía otra cosa que ser cauce a través del cual fluía la Vida y el Amor sin límites. Tanto en el gozo de la llamada «primavera galilea», donde todo parecía sonreírle, como en la tragedia final en la que todo parecía desmoronarse por completo, en el más atroz de los abandonos.

En uno y otro momento, no encontramos en Jesús ni apropiación ni evitación de lo que ocurre. Aparecerían seguramente en la superficie sentimientos involuntarios, que pueden llegar hasta la amargura de Getsemaní, pero al permanecer consciente y anclado en su verdadera identidad de no-separación con Todo lo que es, no solo acepta lo que sucede, sino que lo vive desde la entrega confiada.

Ni la libertad ni el amor se mantienen a golpe de voluntarismo. La clave radica en reconocer nuestra identidad más profunda y permanecer anclados en ella.

De hecho, en cuanto nos «desconectamos» –en realidad, nunca hay desconexión, sino solo inconsciencia-, aparece el ego –una pobre idea de quienes somos- y empezamos a organizar toda nuestra existencia desde él, desde sus necesidades y sus miedos.

La egocentración bloquea la entrega, y el miedo hace imposible la libertad y el coraje. Solo cuando volvemos a recuperar la consciencia clara de quiénes somos, dentro de ese único «movimiento» de lo Real que, como la respiración, se recibe y se entrega, empezamos a vivir de nuevo de una manera coherente y gozosa, plena.

En la celebración de la eucaristía, actualizamos la vivencia de Jesús y conectamos con quienes somos en profundidad. Y desde ahí celebramos la Unidad de todo lo que es.

Se trata, pues, no tanto de un «rito religioso» que siguiera teniendo como sujeto al yo que busca salir «fortalecido» de la Misa, sino de la celebración espiritual de la Unidad que compartimos, con Jesús y con todos los seres.

Sin embargo, esa Unidad no podemos celebrarla si permanecemos encerrados en las fronteras del yo, sino cuando venimos a reconocer nuestra identidad más profunda, aquella que incluye y trasciende el cuerpo, la mente y el psiquismo, la Conciencia ilimitada en la que todo, en sus diferencias, es Uno.

En la celebración de la eucaristía, la «memoria» de Jesús activa nuestro propio «recuerdo» y favorece nuestra «vuelta a casa», al «Hogar» compartido, recibiéndonos de la Fuente de la que estamos saliendo constantemente y entregándonos a Ella en todas sus manifestaciones.

Enrique Martínez Lozano

http://www.enriquemartinezlozano.com

Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo

Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo

(Éx 24, 3-8;  Sal 115; Hbr 9, 11-15; Mc  14, 12-16. 22-26)

La Palabra

“Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: -«Tomad, esto es mi cuerpo.» 

Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. 

Y les dijo: -«Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.”

Meditación

La Eucaristía, sacramento del Cuerpo y dela Sangrede Cristo, memorial de la muerte y resurrección de Jesús, actualizala Historiade Salvación. En ella se nos ofrece el beneficio de la creación, dela Redencióny de la santificación.

También recuerda el tercer día de la creación. Dios se complació doblemente cuando dispuso para todos los vivientes la mesa inagotable de agua y de semillas que dieran fruto de toda especie.

Trae a la memoria el relato en el que se describe cómo “Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo: «¡Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra” (Gn 14, 18-19). Y  cuando Abraham recibió a los tres ángeles a la puerta de su tienda y les ofreció pan de flor de harina (Gn 18).

Comparemos la escena en la que Faraón, ante la súplica de los hijos de Jacob de que les diera trigo para poder comer, les indicó que fueran a José con las palabras: “Haced lo que él os diga” y la de la boda de Caná. María,la Madrede Jesús, usará la misma expresión con los sirvientes del banquete.

Hasta nuestros días el pueblo judío celebrala Pascua, para conmemorar la memorable noche en que salió de Egipto, y lo hace con la cena del cordero y de panes ázimos. Jesús, en Cafarnaúm aclara que no fue Moisés quien dio de comer al pueblo el pan del cielo, sino su Padre. Y Él mismo se presenta como verdadero Pan del cielo. Él es el nuevo José, el nuevo Moisés, el verdadero Cordero, el novio de la boda, la manifestación del amor más grande.

La Eucaristía, prefigurada en el banquete de bodas, en la multiplicación de panes, en el cordero pascual, y realizada enla Cenasanta, misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, se prolonga en los almuerzos del Resucitado con los suyos y se perpetúa en la celebración litúrgica. Al participar en la mesa santa del Cuerpo y dela Sangrede Cristo, nos hacemos una sola cosa con Él. Al comulgar debidamente, Jesucristo, a la vez que nos configura como miembros de su Cuerpo, nos envía  a ser testigos y a prolongar su entrega en el ejercicio de la caridad.

Oración

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo” (Sal 115).