Solemnidad de San Pedro y San Pablo

La tenerezza di papa Francesco

Hoy, 29 de junio, la Iglesia Católica celebra la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, el Día del Papa y la colecta llamada desde los primeros siglos “Óbolo de San Pedro”.

Esta Solemnidad presenta la figura de dos grandes Apóstoles y testigos de Jesucristo y confiesa que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica.

Recuerda que San Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, quien con humildad aceptó la misión de ser “la roca” de la Iglesia.

El Papa por su parte, como Sucesor de Pedro, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de fieles. Es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal. Es el Vicario de Cristo.

También tenemos la figura de San Pablo, el Apóstol de los gentiles, que antes de su conversión era perseguidor de los cristianos y pasó, con su vida, a ser un ardoroso evangelizador para todos los católicos. No tenía reservas para anunciar el Evangelio.

Más de esta solemnidad en el especial: http://www.aciprensa.com/fiestas/pedropablo/

 

Sagrado Corazón de Jesús.

Corona EucaristiaA muchos de nuestros contemporáneos no acaban de gustarles las representaciones que muestran a Jesús con el corazón traspasado y, a menudo, rodeado con una corona de espinas (pongan en google: “sagrado corazón de Jesús”, pinchen en “imágenes” y verán lo que encuentran). Si queremos actualizar esta devoción y encontrarle un sentido que responda a los anhelos de muchas personas de hoy, es necesario dejar de concentrar nuestra mirada en el corazón físico de Jesús (“yo no tengo devoción a una víscera”, me dijeron una vez en el confesionario), y recuperar el sentido bíblico y amplio del corazón como centro de nuestra afectividad y de nuestras decisiones más íntimas. En este sentido, el corazón de Jesús sería un buen símbolo de la misericordia de Dios que se expresa en todas las palabras y hechos de Jesús.

Walter Kasper ha tenido el acierto de señalar dos pasajes del evangelio de Juan que pueden ayudarnos a dar un sentido más actual a esta devoción. El primero, el texto de Jn 13,23, que muestra al discípulo amado descansando sobre el pecho o el corazón de Jesús. Esta representación, dice Kasper, puede ilustrar que en medio de la inquietud y del ajetreo del mundo, existe un lugar en el que podemos descansar y encontrar la paz interior. Todos necesitamos un buen amigo que nos apoye en los momentos difíciles, un amigo en el que poder confiar. Los creyentes sabemos que Jesús es este buen amigo que nunca falla (cf. Jn 15,15: a vosotros os he llamado amigos).

El otro texto que cita Kasper es el del escéptico Tomás que cree cuando introduce su dedo en la herida, pascualmente transfigurada, del costado de Jesús (Jn 20,24-29). Este encuentro puede ser importante para aquellos que se hacen preguntas y viven con un corazón inquieto, atormentados por las dudas. En cierto modo, todos somos como Tomás: no queremos creer fiados solo en la palabra de los demás, necesitamos una experiencia de encuentro personal con Cristo.

A propósito de este segundo texto (Tomás puso su dedo en el costado de Jesús), me surge la pregunta de cómo se compagina con este otro de Jn 20,17, en el que, cuando María Magdalena quiere abrazar a Jesús resucitado, éste le dice: no me toques. A Jesús resucitado no se le puede tocar materialmente. Una pista para entender los dos textos juntos, la ofrece Blas Pascal cuando dice: tras su resurrección, Jesús solo permite que se toquen sus heridas. La cuestión entonces es: ¿dónde están hoy las heridas de Jesús? O dicho de otra manera: ¿dónde pone hoy Jesús su corazón? Jesús pone su corazón en sus heridas que permanecen en este mundo: los pobres, los hambrientos, los malqueridos sociales. Ahí es dónde debemos poner la mano si queremos encontrar el corazón de Jesús.

Fuente: Fr. Martín Gelabert, O.P. en: nihilobstat.dominicos.org

Descargar Corona  Sagrado Corazón.2013  La Eucarístía

Descargar La ofrenda de nuestra vida. Corona Sagrado Corazón 2014

Súplica al Espíritu Santo

¡Ven, Espíritu Santo! Da luz a mis ojos para que mire la realidad a través de tu Sabiduría divina. Que no me atrape la atracción inmediata de las cosas, ni el atractivo de las personas, que contemple y valore toda la realidad, a través del cristalino de la fe, con mirada teologal y trascendente.
¡Ven, Espíritu Santo! Ábreme el oído del corazón para que perciba tus insinuaciones más íntimas, las que me dictas en lo secreto de mi interior, y haz que las acoja con obediencia amorosa, para que sea mi gozo y mi alegría seguir en todo tu voluntad. Que no me invente el camino por el que he de seguir, sino que me acompañe la certeza de que obedezco a cuanto procede de ti. Tú siempre me dejas conocerlo por la paz interior unida a esa obediencia.

¡Ven, Espíritu Santo! Mueve mi corazón hacia el bien, la generosidad, el amor de caridad desinteresado. Que no me quede en el sentimentalismo emocionado ante la debilidad y la pobreza de los otros, ante el dolor y la enfermedad de los que los padecen, sino que me mueva eficazmente hacia el bien hacer.
¡Ven, Espíritu Santo! Y hazme responsable de los talentos que me has dado, que no me enfeude en ellos de manera egoísta, especuladora, sino que los utilice y ejercite para el bien de los demás. Si Tú me has dado gratis lo que soy, que sea solidario con aquello que tengo y que recibo.
¡Ven, Espíritu Santo! Tú me das alas de paloma, fuerza en mis pisadas, destreza en mis manos, capacidad de discernimiento. No permitas que malgaste la riqueza con la que me has agasajado, haz que corra en ayuda de cuantos tengan necesidad, sin pararme en prejuicios, aspecto externo o posición social.


¡Ven, Espíritu Santo! Tú me has dado la fe y el don de piedad. Nada puede impedir que ore por todos, que eleve mis manos de manera anónima, desinteresada, constante, por tantos que necesitan encontrar a su paso una mirada amiga, una mano tendida, una palabra de aliento. Sé y creo que existe la comunión de los santos, y que nada se pierde de todo lo que oremos y ofrezcamos por los demás. Gracias por atraerme hacia el ministerio de la oración por todos.
¡Ven, Espíritu Santo! No permitas que sea pretencioso, queriendo caminar emancipado; ni que sea pusilánime, por creerme sin fuerzas. Fortalece mi espíritu, para que reivindique siempre tu autoría en mi vida, y dé acogida a lo que quieres hacer en mí y a través de mí a cuantos se cruzan en mi camino.
¡Ven, Espíritu Santo! Inspírame la sagacidad evangelizadora, por la que colabore contigo para la extensión del gozo del Evangelio. Que no me acostumbre, ni me justifique; que perciba los mensajes que me envías a través de la Palabra y de los acontecimientos, y sea fiel a tus insinuaciones.

Ángel Moreno, Buenafuente del Sistal