YO, Sí SOY ASí, SEÑOR!

YO, Sí SOY ASI, SEÑOR

Quiero hacer una oración sin distracciones,

y me pierdo al mínimo ruido.

Digo alabarte, y me miro a mi mismo

Digo quererte, y me quiero demasiado a mí mismo

Digo complacerte, y busco mi interés

Digo estimarte, y renuncio a muy poco por Ti.

 

YO, Sí SOY ASI, SEÑOR

Quiero mirarte frente a frente,

y observo a los que me rodean

Quiero seguirte, y voy detrás de tus enemigos

Quiero escucharte, y saliendo de tu templo,

lo olvido todo.

Quiero corregirme,

y caigo en el defecto de ser juez de los demás

Quiero superarme,

y exijo que sean los demás quienes lo hagan

 

YO, Sí SOY ASI, SEÑOR

Quiero adorarte, y me cuesta ponerme de rodillas

Quiero guardar silencio,

y no sé vivir sin el ruido

Quiero hablar con tu lenguaje, y sólo

utilizo el diccionario que me ofrece el mundo

Quiero buscar tus huellas,

y voy detrás de aquellas que conducen a la fama.

 

PORQUE, YO Sí QUE SOY ASI, SEÑOR,

Dame humildad para reconocer mis fallos

Fortaleza para hacerles frente

Gratitud para agradecerte lo mucho

que Tú haces por mí

Oración para mirarte y nunca ofender a los demás

Espíritu para dejarme moldear por tu Palabra

Amén.

Fuente: betania.es

Solemnidad del Corpus Christi

Solemnidad del Corpus Christi

 

En el día de homenaje al don que Cristo ha entregado a la Iglesia en el sacramento de la Eucaristía, podemos recordar las palabras del Ángel a los pastorcillos de Fátima, como mejor respuesta y obsequio al regalo precioso que nos hizo Jesucristo en la Última Cena.

 

 

Creo

 

La Eucaristía es el misterio de nuestra fe. En este sacramento celebramos el Misterio Pascual, la entrega total de Jesús por los suyos y su resurrección gloriosa, acción redentora que se prolonga cada vez que en el nombre del Señor y en comunión con la Iglesia se realiza por la mediación de los sacerdotes la acción sagrada.

 

En la Eucaristía está realmente presente Jesucristo, pero no de forma estática, pasiva, sino llamando a todas las criaturas, y ofreciéndose a la vez que a su Padre como víctima santa, a todos los peregrino de la existencia como viático y pan para el camino.

 

Adoro

 

El sacramento del Amor de Dios, merece nuestra adhesión agradecida. Ante él inclinamos la cabeza y el corazón, no por sentimiento humillado, sino como respuesta agradecida y enamorada. Rendidos por amor.

 

Adorar es gesto humilde, y también relación de intimidad amorosa. En la adoración se muestra de manera muy real la actitud de quien se siente criatura con su Creador, de quien se sabe amigo del Señor.

 

Espero

 

La celebración de la Eucaristía es un anticipo del banquete de bodas, que esperamos celebrar con todos los santos en la hora de la gloria. La Eucaristía es profecía, mientras aguardamos la  venida gloriosa de nuestro Señor.

 

Quienes comen y beben de la mesa del Señor anuncian el misterio del Reino de Dios. La comunión con el Cuerpo de Cristo es preludio de lo que seremos, una misma cosa con Él, en su gloria.

 

Amo

 

La Eucaristía, sacramento del amor de Dios, nos invita a devolver amor, al mismo Dios, a quienes formamos su mismo Cuerpo, la Iglesia, y a la carne ungida de los pobres.

 

No es separable la verdad del único Cuerpo de Cristo. Adorar la presencia real del Señor en la Eucaristía, conduce a la comunión con todos los miembros del Cuerpo de Cristo, especialmente exige amar a Cristo donde Él nos ha revelado que se siente amado.

 

Unidos en la hora de adoración, a la 17,00h

 

Autor: Ángel Moreno, de Buenafuente del Sistal

 

Velar en silencio. Sábado Santo.

Viacrucis en Lourdes

Por A. Pronzato

No sé si seremos capaces todavía de estar en silencio. Esta sería la mejor ocasión para ello. Velar en silencio.

Aguardar en la noche, encendiendo la lámpara del silencio. Dejarnos sorprender por el misterio sumergidos en el terreno del silencio.
Prepararnos a la luz desde las profundidades del silencio.
En este punto las palabras son inútiles.

Pertenecen al mundo viejo, condenado ya a muerte. Además, con todos nuestros abusos, las hemos gastado. Han perdido su brillo. Se han reducido a simple ruido. «Palabras habladas», que ya no dicen nada.

Hundámoslas en el sepulcro de Cristo. Tapémonos la boca, al menos en esta circunstancia.

No empañemos la luz que nace con el estruendo de nuestros discursos. Correríamos el riesgo de apagarla o, al menos, de no percibirla. Hemos hablado, charlado, gritado, discutido demasiado.

Y lo único que hemos logrado es aumentar la confusión, complicar las cosas más sencillas, embarullarlo todo, profanar el misterio. Así no se puede seguir.

Llevamos el luto del silencio, porque hemos matado, junto con la Palabra, las palabras.

En el sepulcro de Cristo, guardado por el silencio, también pueden resucitar nuestras palabras decrépitas. Nacer nuevas, aptas para contar un mundo nuevo.

Palabras pequeñas, trasparentes, modestas, no ruidosas, las únicas que pueden narrar las «maravillas» cumplidas por el Señor. No ya «palabras habladas», sino «palabras que hablan». «Estaba junto a la cruz de Jesús su madre…» (Jn 19, 25).

María, no hemos tenido coraje para llegar, contigo y con las otras mujeres, hasta allí. Nos hemos dispersado enseguida, después de tantos discursos altisonantes.

Ahora, afortunadamente, ya no tenemos nada que decir, ninguna declaración que hacer.

Queremos solamente, si nos aceptas, estar contigo en silencio, y esperar contigo este segundo y asombroso nacimiento.
Permite que tu silencio envuelva nuestras almas, caliente nuestros corazones, encienda nuestros rostros apagados o asustados.
No queremos molestar, ni hacernos pesados.

Sólo, respetar el carácter sagrado de esta noche, cantando quizás en silencio.

Haznos conscientes de que a la piedra no la derrumbará un trueno pavoroso.

Sólo se notará -como en el caso de Elías, en el umbral de la cueva del Horeb- el susurro de un «suave silencio».

Y tras ese susurro saldrán también, milagrosamente despertadas, prodigiosamente intactas, nuestras palabras, convertidas en palabras de la «nueva creación».

Saldremos a su encuentro con las puntas de los pies.

Tras esta trepidante vigilia de silencio quizás logremos no profanarlas, respetarlas, guardarlas celosamente, no empañar su resplandor. Las trataremos con delicadeza, con pudor. Ya no las manipularemos a nuestro antojo.

Si las palabras tienen que proclamar el anuncio pascual, el silencio constituye su necesaria preparación. Como si se tratara de un presagio del acontecimiento inaudito.

Carta pastoral para la Semana Santa 2013 del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, ahora Papa Francisco

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A los párrocos y responsables de comunidades educativas:

Hace años que todos trabajamos por lograr que la Iglesia esté en la calle tratando que se manifieste más la presencia de Jesús vivo. Es el esfuerzo de vivir aquello que rezamos tantas veces en la Misa “que todos los miembros de la Iglesia sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en la fidelidad al Evangelio; que nos preocupemos de compartir en la caridad las angustias y las tristezas, las alegrías y las esperanzas de los hombres, y así les mostremos el camino de la salvación”[1] En mayor o menor medida muchas comunidades aceptaron ese desafío. Aparecida confirmó el camino y nos mostró que, para que no sea un chispazo, necesitábamos una conversión pastoral. La necesitamos continuamente porque muchas veces tenemos la tentación de volver a las cebollitas de Egipto. Todos sabemos que la realidad de nuestras parroquias resulta acotada en relación a la cantidad de personas que hay y a las que no llegamos. La Iglesia que nos llama constantemente a una nueva evangelización nos pide poner gestos concretos que manifiesten la unción que hemos recibido. La permanencia en la unción se define en el caminar y en el hacer. Un hacer que no sólo son hechos sino un estilo que busca y desea poder participar del estilo de Jesús. El “hacerse todo para todos para ganar a algunos para Cristo” va por este lado.[2]

Salir, compartir y anunciar, sin lugar a dudas, exigen una ascesis de renuncia que es parte de la conversión pastoral. El miedo o el cansancio nos pueden jugar una mala pasada llevándonos a que nos quedemos con lo ya conocido que no ofrece dificultades, nos da una escenografía parcial de la realidad y nos deja tranquilos. Otras veces podemos caer en el encierro perfeccionista que nos aísla de los otros con excusas tales como: “Tengo mucho trabajo”, “no tengo gente”, “si hacemos esto o aquello ¿quién hace las cosas de la parroquia?”, etc.

Igual que en el año 2000 quisiera decirles: Los tiempos nos urgen. No tenemos derecho a quedarnos acariciándonos el alma. A quedarnos encerrados en nuestra cosita… chiquitita. No tenemos derecho a estar tranquilos y a querernos a nosotros mismos… Tenemos que salir a hablarle a esta gente de la ciudad a quien vimos en los balcones. Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría… aunque uno a veces parezca un poco loco.

Cuántos viejitos están con la vida aburrida, que no les alcanza, a veces, el dinero ni para comprar remedios. A cuántos nenes les están metiendo en la cabeza ideas que nosotros recogemos como gran novedad, cuando hace diez años las tiraron a la basura en Europa y en los Estados Unidos, y nosotros se las damos como gran progreso educativo.

Cuántos jóvenes pasan sus vidas aturdiéndose desde las drogas y el ruido, porque no tienen un sentido, porque nadie les contó que había algo grande. Cuántos nostálgicos, también los hay en nuestra ciudad, que necesitan un mostrador de estaño para ir saboreando grapa tras grapa y así ir olvidando.

Cuánta gente buena pero vanidosa que vive de la apariencia, y corre el peligro de caer en la soberbia y en el orgullo.

¿Y nosotros nos vamos a quedar en casa? ¿Nos vamos a quedar en la parroquia, encerrados? ¿Nos vamos a quedar en el chimenterío parroquial, o del colegio, en las internas eclesiales? ¡Cuando toda esta gente nos está esperando! ¡La gente de nuestra ciudad! Una ciudad que tiene reservas religiosas, que tiene reservas culturales, una ciudad preciosa, hermosa, pero que está muy tentada por Satanás. No podemos quedarnos nosotros solos, no podemos quedarnos aislados en la parroquia y en el colegio.[3]

La Semana Santa se nos presenta como una nueva oportunidad para desinstalar un modelo cerrado de experiencia evangelizadora que se reduce a “más de lo mismo” para instalar la Iglesia que es de “puertas abiertas” no porque sólo las abre para recibir sino que las tiene abiertas para salir y celebrar, ayudando a aquellos que no se acercan.

Con estos pensamientos miro la próxima celebración de Ramos, es la fiesta del andar de Jesús en medio de su pueblo siendo bendición para todos los que se encontraban a su paso. Les ruego que no privaticemos la fiesta que es para todos y no para algunos. La Arquidiócesis ha hecho la opción de celebrarla misioneramente el sábado por la tarde, desde las columnas y puestos misioneros en las distintas Vicarías. Sin embargo la adhesión es todavía muy pobre. Por eso les pido a los Párrocos y a los responsables de los Colegios que convoquen y movilicen sus comunidades para ese momento fuerte de fe y anuncio con la certeza de que la vida de nuestros fieles se renueva cuando experimentan la belleza y alegría de acercarse a los hermanos para compartir la fe: “es imposible que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al Reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia”.[4]

Les agradezco desde ya todo lo que hagan en este sentido.

Con paternal afecto

Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.

 

Oración por el Papa Francisco y por la Iglesia de Jesucristo

Padre Bueno,

que siempre escuchas el clamor de tu pueblo,

te pedimos por nuestro pastor, el papa Francisco.

Anímalo y dale fuerzas con tu Espíritu,

para que unido a los obispos pastores

de todas las iglesias diocesanas del mundo,

guíe la vida de los cristianos

por las huellas del camino de Jesús.

En el espíritu de san Francisco de Asís, Señor,

te pedimos ser una Iglesia pobre y fraterna,

con un corazón abierto y compasivo a los que sufren,

a los que no tienen lugar, a los que son excluidos,

a los que padecen violencia, a los enfermos de toda dolencia,

a los que dejan su tierra como migrantes,

y a los niños, jóvenes y mayores que mueren por la droga,

en todos ellos, y en muchos otros, vemos tu rostro sufriente,

y queremos, como enseñó Francisco al besar al leproso,

dar muestras concretas de un amor que haga crecer la vida.

Queremos ser, con el papa Francisco,

con nuestros obispos pastores,

con todas las comunidades cristianas,

una Iglesia sencilla y servidora,

que anuncie con alegría el Evangelio de Jesús,

que ame y cuide la naturaleza y la Tierra, casa de todos,

que trabaje junto a otros para hacer un mundo de hermanos,

que se alegre con María, y con Ella se haga fuerte en la fe y la esperanza,

porque para Dios “no hay nada imposible”.

– Que así sea –

 

La Asunción de María, otra perspectiva.

Asunción: fiesta de la Virgen muerta

 por Martín Gelabert Ballester, OP  

Lo de la Virgen muerta es otra perspectiva. Más realista. Porque el único modo de subir al Padre es por medio de la muerte. Ocurrió con Jesús de Nazaret. Ocurrió con su madre. Ha ocurrido con los que nos ha precedido en el signo de la fe. Y ocurrirá con cada uno de nosotros. Al celebrar la asunción de la Virgen, resulta oportuno recordar lo que decía el Vaticano II: que María es el tipo y ejemplar más acabado de toda vida cristiana. La fiesta de la Asunción puede entenderse desde un doble enfoque: con ella ocurre algo único o con ella acontece aquello a lo que todos estamos destinados. Hay un verso de la liturgia castellana de las primeras vísperas de la fiesta que sintetiza el logro de nuestra esperanza, realizada en María: “¡Dichosa la muerte / que tal vida os causa! / ¡Dichosa la suerte / final de quien ama!”.
 

La muerte es el paso a la vida y para aquellos que viven unidos a Cristo (y viven unidos a Cristo, aunque no lo sepan, aquellos que aman) su suerte es dichosa, su destino es feliz, su meta es la vida que no acaba. La fiesta de la Asunción orienta hacia un aspecto fundamental de la escatología cristiana: la salvación integra todas las dimensiones de lo humano. Si no fuera así, si algo nos faltase, nuestra felicidad sería incompleta. Lo que acontece en María, estar unida a Cristo glorioso con toda su realidad, es el buen modo de estar al que todos estamos llamados. Este buen modo de estar en la gloria celestial implica necesariamente dejar esta morada terrena. Una morada en la que nos sentimos a gusto, pero que, debido a nuestra finitud y limitación, tiene un término, un final. Este final es la muerte. Pues bien, la esperanza cristiana, a la luz del misterio de la resurrección de Cristo, afirma que hay un modo de vivir y de morir que no desemboca en el vacío, sino en la gloria del cielo.

La fiesta de la Asunción, que es también la fiesta de la virgen muerta (tal como recuerdan muchas representaciones iconográficas de los países mediterráneos), es la celebración de una muerte que, a la luz de Cristo, puede ser dichosa: “¡Dichosa la muerte, que tal vida os causa!”. Para los creyentes, hay una muerte que no es muerte: “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrena, se nos prepara en el cielo una mansión eterna”, dice uno de los prefacios de la liturgia eucarística. Lo que afirmamos de María es lo que Dios prepara para todos. Nosotros nos alegramos, en la fiesta de la Asunción, de verlo realizado en una de nuestra raza.

Fuente: 

Nihil Obstat

Blog de: Martín Gelabert Ballester, OP